Salvador Pliego
Matusalén, renace tu alma.
Jinetes negros, iracundos, os invocan.
Las siete lunas, los siete rayos,
se desprenden de la noche
y cabalgan cual gigantes en las arcas de la vida.
¡Tierra santa, el hombre a ti te invoca!
Tierra muerta, sepultura y mausoleo.
He aquí la sed de viento, de agua,
de llanto, de lamento.
Aquí el pecado sacudió su hierro.
Aquí la noche sometió al consuelo.
Y la garganta, y la garganta sorda y muda
hincándose en la llama.
Entonces… Entonces la luna…
Me despierto y a mi lado ella.
Aguacate verde y mascarilla, crema agria
que se escurre de su frente a la mejilla.
Plasta y barro y un perfume ocre que descubre la barbilla.
Despeinada, entubada, despintada, demacrada, descuidada…
¡Dios Santo, Apocalipsis en mi cama!
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