Erase una mujer toda incompleta:
su cuerpo singular desconocía,
con su desenfadada asimetría,
que el plural es quien manda en el planeta.
Bajo la única ceja, que a un esteta
cubista un buen motivo inspiraría,
sobre el ojo de cíclope se abría
un párpado frugal como un asceta.
Dejó, cuando acabó a los apurones,
sin querer, la febril naturaleza
a esta mujer sin par con miembros nones.
Se dice que, buscando con torpeza
las partes en estantes y cajones,
con la prisa olvidó más de una pieza.
Cristina Longinotti
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