El que odia la poesía
fía
de la envidia que le daña,
saña.
Medid su juicio y hallad
maldad.
Pues mediocre e incapaz,
en su triste pequeñez,
su pollina tozudez
fía de saña y maldad.
Pues la métrica le agita,
grita.
El ritmo le pone verde,
¡y muerde!
Y ante la rima parece
¡que enloquece!
Ningún remedio merece,
tan malvado como idiota,
el que ante un poema bota,
grita, muerde y enloquece.
¿Nombres pediréis que os dé?
¿Para qué?
Son caterva y da penar
escuchar
sus aullidos, silbos, pitos,
gritos.
¡Cuán gritan esos malditos!,
como Tenorio diría.
Pues rabien en su agonía:
¿para qué escuchar sus gritos?
Blanca Barojiana
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