domingo, 5 de abril de 2009

ALMAS GEMELAS

-Ay, Juanca, tengo un hambre que me chifla la panza –me dijo
Edelmira con un gesto mitad de preocupación, mitad de sufrimiento.
-¿Qué raro vos con hambre?
-Y bueno, qué querés. ¡Sabés como me hizo correr la coneja el Ponja guacho ese! Uy, ahí va el panchero. Llamalo, Juanca, llamalo – y empezó a mover los brazos en forma desaforada -. Acá, señor, acá. Deme tres panchos, por favor. Con bastante mayonesa, mostaza y kechu. ¿Vos querés uno, Juanca?
- Y bueno. Dale.
- Cuatro, don.
-Si ves al de la coca, llamalo Juanca. Que nos vamo’ a quedar atorados. ¡Qué calor, la puta madre! -dijo sacudiéndose la transpiración de zapán.
-Sí, insoportable.
Se terminó los panchos y el cocacolero todavía no había aparecido.
-Allá viene. ¡Por fin!
No es que hubiera pasado mucho tiempo entre el primer mordisco y el momento en que llegó el vendedor, pero imagínense la velocidad con la que se lastró sus tres salchichas, que a mí todavía me quedaba medio pancho. Dicho sea de paso, tuve que apurarme antes de que me lo afanara.
-Menos mal que uste no trabaja de dotor, porque sino, para cuando llega, el cristiano ya está muerto. Deme dos pesi. Una lai.
Haciendo buen uso de su sentido común, el vendedor le ofreció la dietética a Edelmira.
-No, no, la lai es para mi novio que tiene que bajar los flotadores.
Con la panza llena, se calmó un poco.
-¿Me pasás un poco de Sapolán por la espalda, Juanca? Que si no me va a quedar como culo de mono –dijo desabrochándose los breteles de la bikini.
-Bueno. ¿En qué distrito de la espalda querés que te ponga? ¿Por qué no pretenderás que con este pomito alcance para todo el frontón?
-Dale. No seas hijo de puta que si no a la noche me vas a tener que poner aloe vera y va ser peor.
-Bueno, dale. Callate un poco.
-Ah, que lindo como refresca. Gracias Juanca. Descansá un poco y después me pasás por las piernas y alrededores –dijo y se cavó la malla dejando sus atributos culísticos a la intemperie.
Por suerte, a los cinco minutos se quedó dormida y empezó a roncar que era una exageración. Nuestros vecinos no pudieron evitar la carcajada.
Yo me hice el boludo, que mucho no me cuesta, y no les dije nada. Mitad porque eran como diez, mitad porque yo hubiera hecho lo mismo. Aproveché y me fui a dar una vuelta. Racimos de perras por todos lados. Qué lo parió. Y yo con la gorda. No es que no la quiera, no, nada que ver. Lo que pasa que por más que te gusten mucho las milanesas con huevos fritos, a veces te dan ganas de comerte un buen puchero.
-Hola bombón. Tenés las nalgas ardiendo. ¿No querés que te las refresque con bronceador? –le dije a una morocha despampanante.
-Salí de acá marmota antes que vuelva mi novio del agua –dijo señalando a un muchacho de unos dos metros, lleno de vaselina, con la melena ensortijada y espalda como la muralla china.
-Listo, cualquier cosa me avisas –le dije y salí rajando viendo como el orangután apuraba el paso cada vez más.
Tengo que reconocer que no era mi día de suerte. Intenté con otro par de pibas, pero me fue más o menos igual.
Y bueno, por lo menos tengo a la gorda, pensé.
Cuando volví, ya se había despertado y estaba con la boca llena de azúcar y un repasador atado en el cuello, lastrándose una berlinesa.
-Por fin volviste Juanca. Andate a comprar una chocolatada que tengo tres bolas en el cogote que no van ni pa’ tras, ni pa’ delante.
Me puse mi flamante musculosa blanca y le fui a dar el gusto.
-¿Conseguiste? Grande Juanca. Te quiero. Pasamelá que estoy atorada –dijo mirándome a los ojos cariñosamente como si le hubiera propuesto matrimonio.
-¿Vamo' al agua Juanca? Así nos refrescamo' un poco –dijo al rato y tiró la caja de chocolatada en una bolsa.
-¿Estás loca? ¿Con todo lo que comiste? Te va a hacer mal.
-¡Qué mierda me va ‘cer mal! Si no me morí hasta ahora no me muero más.
-Bueno, vamos. Aguantá que me pongo las chancletas que la arena está que pela.
-No deja. Te llevo a upa.
-Bueno. Ya que insistís –dije y salté a los brazos de Edelmira.
-Tenías razón, que lo parió. ABRAN CANCHA. ABRAN CANCHA –iba gritando mientras corría.
-Que pasa la chancha –dijo uno.
-Haceme acordar que cuando vuelva te fajo –le dijo sin dejar de correr.
El espectáculo que dimos fue digno de una película de Tristán, pero por lo menos no me quemé las patas.
-Ahh. Qué linda que está –dijo ya con el agua hasta la cintura.
-Qué mierda va a estar linda. Tengo las bolas achicharradas del frío.
-Vení acá, vas a ver que calentita que está –dijo con una sonrisa pícara.
-¡Que hija de puta que que sos! Salí, salí.
-Qué, me vas a decir que vos nunca te echaste una meadita en el agua.
-Sí, pero no lo ando diciendo todo orgulloso a los cuatro vientos como vos. Enjuagate bien que sino después va a haber una baranda bárbara.
-Mejor, así no se nos vienen las moscas cuando comamo’ el melón -dijo y largó una carcajada.
-¡Qué asquerosa que sos gorda! Dejate de joder.
Unas horas más tarde, camino al trabajo, me puse a pensar que hacía un ganador como yo con semejante especimen. A las dos cuadras, le dije un piropo a una rubia y me encajó un castañazo que hizo que me cayera la ficha. No hay vuelta que darle. Dicen que todos tenemos un alma gemela y a mi me tocó la gorda.

EMILIANO ALMERARES

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